Hace un año y medio que vivo en Barcelona después de pasar casi 30 años como misionera en Benin. Ya se pueden imaginar que el cambio no ha sido, ni es fácil. Hay muchas cosas que me llaman la atención y que aún me llenan de admiración- ¡El mundo cambia tan rápido!
Pero lo que me escandaliza de verdad, es la “ropa” de los animales. No llego a acostumbrarme a ver a una de mis vecinas paseando a su perrita vestida con un abrigo color lila y el cuello de piel que hace juego con el que lleva ella. Veo otro de la misma calle que va con una trenca color rojo con su capucha y todo, que parece caperucita. Hace unos días llovía. Un mendigo pedía limosna y a su lado pasaba una señora con su perro bien cubierto con un lindo impermeable. Yo, que iba detrás, veía la diferencia… Y no quiero hablar de las sandeces que se oyen en la carnicería cuando van a comprar el mejor bocado para su mascota o de los “peinados” que les hacen con lacitos y trenzas. Se tienen que sentir avergonzados los pobres animales. No me extraña que alguno muerda a su amo.
No llego ni quiero acostumbrarme. Con tantas necesidades básicas que hay en el mundo, a nuestro alrededor, tantas familias que van a los contenedores del mercado a buscar comida en estos momentos de crisis… ¿Es justo derrochar en ropa para las mascotas? He sabido que cuesta muy cara. Comprendo que dan mucha compañía y que hay que atenderlos pues son seres vivos pero no lleguemos a gastos extremos ni a posturas ridículas. La naturaleza es muy sabia y su pelaje natural les protege perfectamente
Esta mañana me encontré con uno de estos originales modelos caninos mientras me dirigía a la manifestación contra el aborto. Al llegar allí me olvide de todo y disfruté mucho e incluso me emocioné al ver a las familias allí presentes, a los abuelos, a los niños con sus globos rojos, con pancartas y cantando a voz en grito su alegría por la Vida (con mayúscula) y comprendí que gracias a Dios, tenemos valores que nos hacen pensar en un mundo mejor. Y que hay cosas importantes que llenan nuestro mundo de esperanza.
Encarnación Hernández