Misioneras Teatinas de ayer y hoy...

NIÑOS ESPECIALES


Este año la diócesis ha abierto cerca de Natitingou un colegio para niños sordo-mudos.
Cuando nos lo dijeron no sabíamos de ninguno. Cuando una persona tiene una deficiencia no esta considerada como tal. No tiene derecho a nada porque por su enfermedad “no sirve para nada”. Por eso no conocíamos a ningún niño. Estaban relegados en sus casas y no formaban parte de la sociedad…
Al anunciar la existencia del colegio en dos días se nos presentaron 6 pero hay muchos más que ya han venido para solicitar plaza.
Tuvimos con los padres una reunión para explicarles todo lo referente al colegio. Estaban muy contentos y dijeron que ayudarían en lo que pudieran. Yo, por mi parte, con mucha ilusión empecé a prepararles el equipaje: Esteras, cubos, ropa interior, cuadernos….El resto lo traían sus familias.


El día 20 fue la partida. No estoy muy segura que los 6 niños, entre 9 y 12 años, supieran donde iban. Sólo miraban. Nos “encajamos” en el coche los padres, los niños, los equipajes y yo. Al final, todos dentro (me parezco a los taxis de aquí) bien apretaditos, arrancamos.

Los padres nerviosos no pararon de hablar en todo el camino. Yo no tuve la ocasión de meter baza y… ¡ya es raro!, pero no pude hablar.
Llegamos al colegio, fuimos los primeros. Las monjas les acogieron con muchísimo cariño. Ellas, formadas para tratar a estos niños, con gestos acertados, les hacían comprender las cosas. Nos enseñaron la habitación. ¡Una cama para cada niño! Una de las madres dijo que ella se quedaba allí pues todo era mucho mejor que en su casa. Las duchas, los WC…por cierto que era la primera vez que padres e hijos veían un WC…Ahí me tenéis explicando con gestos como se usa...Nos reímos todos pero todos lo comprendieron.
Y llegan las despedidas. Yo les di un beso a cada uno. Gesto que ninguno entendió por no estar acostumbrados. Los padres les tendieron la mano (estilo ZP-visitante a la Moncloa) y tras una foto de recuerdo nos fuimos a Natitingou.
Había dos madres que no conocían la ciudad y las encantó “poder morir habiendo visto una casa de dos pisos”. Estaban encantadas de la excursión.
Volvimos a casa comentando las maravillas que acababan de ver. Creo que entendieron que sus hijos son personas con capacidad de aprender, de reír, de jugar; que van a aprender a escribir a comunicarse con el resto de la gente y que van a crecer sin complejos y que un día serán importantes.
Es estupendo que haya personas que se ocupen de los más pequeños y débiles, de los que nadie reconoce, de los que nadie se hace cargo.
Es estupendo que sepamos reconocer en los pequeños actos y actitudes de cada día signos de esperanza para vivir un mundo mejor.
Yo disfruté mucho y lo haré mas cuando en las vacaciones de Navidad vaya a buscarlos y sea capaz de entender los signos de bienvenida que me darán.
Como siempre un fuerte abrazo.Encarnación
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